- STOP BULLING -

–Ahora que estamos aquí frente a frente, mirándonos sin miedo y bajo la tenue luz de una lámpara que cuelga del techo de esta siniestra habitación… ¿Qué ocurre si apago la luz? Quiero que me contestes.
–No soy capaz de ver nada… –contestó.
–¿Qué sientes?
–Frío… Miedo e incertidumbre –respondió nervioso.
–Si te dijese que tienes que vivir así durante un largo período de tiempo. ¿Qué pasaría por tu mente?
–Puedes encender la luz, por favor. Me estoy agobiando.
–¿Qué pasa por tu mente, Sick?
–Tengo miedo. Es muy sencillo sólo quiero que esto acabe… Eso es lo que pienso, lo único que pasa por mi mente.
–¿Qué serías capaz de hacer para que esto acabe?
–Cualquier cosa… ¡Por favor, esto no me gusta!
–Ni a mí, ni a mí… Pero, dime ¿Qué es cualquier cosa?
–Lo que sea para que esto de una vez desaparezca.
–Hazlo…
Sick se levantó muerto de frío y bastante asustado, caminó hasta tropezar con una tarima a doble altura. Cayó al suelo y se quejó de dolor, podía incluso oler que por algún lugar de su cuerpo brotaba sangre.
–¿Qué te ha hecho tropezar?
–¡No lo sé! No puedo ver en la oscuridad.
–¿Te ha dolido?
–¿Y tú qué crees?
–No lo sé… No puedo ver en la oscuridad.
–Me estoy muriendo de dolor, pero lo que más me asusta de todo esto es que no entiendo por qué me haces esto.
–Yo, tampoco entiendo por qué lo hago. Tal vez he querido entrar en un juego peligroso, en uno que por tiranía he decidido poner las normas. ¿Te gusta este juego, Sick?
–No…
–¿Por qué?
–Porque aquí no ganamos ninguno de los dos… Estamos destinados a perder.
–¿Y por qué piensas que soy el perdedor cuando estás tú en el suelo?
–Yo puedo levantarme…
–Y cuando lo hagas también puedes volver a caer.
–Me da igual porque puedo volver a levantarme — dijo poniéndose en pie, se arrastró cojo hasta tocar una fina cuerda metálica que colgaba del techo, la agarró con fuerza y tiró de ella–. Entonces, al final conseguí encender la luz –dijo con expresión seria.
Sin embargo, a pesar de que todo se había iluminado, quedaba un resguardo de la habitación que dormía en penumbra. El joven miró arrugando un poco la frente hacia esa fructuosa oscuridad. Caminó lentamente hasta allí y llenó de luz su sombra, pero seguía sin ver a nadie. Escuchó un ruido a su espalda y desconcertado se volteó. Un hombre de pelo canoso, de ojos grises, estaba sentado en una silla antigua precedida por otra vacía. Le hizo un gesto para que Sick tomara asiento y eso hizo él.
–¿Quién eres? –le preguntó.
–Eso no importa. Lo que sí importa es cómo te has sentido en este proceso.
–En lo único que pensaba era en qué habré hecho para que me hagas pasar por esto… Han sido los minutos más largos de mi vida.
–¿Quieres saberlo?
–Claro que sí.
–No has hecho nada.
Sick se quedó paralizado, no lo entendía.
–¿Qué?
–Ahora te voy a hacer la misma pregunta a ver si así lo entiendes. ¿Qué ha hecho Jenna, Robin, Luz, Alfred o Xeri para que constantemente tú y tu panda de amigos se rían, se burlen e incluso les hagas cosas horribles? Espera, espera…Ya, claro, es que Jenna viste con ropa oscura y tiene tantos piercings en la cara que casi has perdido la cuenta. Sí, Robin sólo ha pecado porque en vez de ir con pantalones, le gusta vestirse con faldas. Ah, ya veo, claro como no, Luz es una chica normal y corriente, pero a ti y a tus amigos no les convence eso de que le guste más un libro que emborracharse como una loca. A Alfred y a Xeri, dos chicos tímidos que les encantan pasar horas frente al ordenador son unos bichos raros… ¿Verdad, Sick?
El joven avergonzado agachó la cabeza.
–Dime, ¿qué han hecho ellos para que los trates así?
El muchacho no podía soltar palabra, enmudeció.
–Si te digo que he hecho esto sólo porque a mi parecer tu camisa de superhéroe por donde florecen tus forzosos abdominales, no me gusta… ¿Crees que es razón para que pases eso que más bien se parece a un infierno?
–No… –es lo único que pudo decir.
–¿Has visto lo fácil que hubiera sido si no te hubiera apagado la luz y tú con tus diferencias y yo con la mías hubiésemos ido cada uno por su lado?
–Nada de esto habría ocurrido… Y nadie tendría que sufrir. 
–Sick, juzgar nos hace esclavos de la ignorancia. Conocer, aceptar y abrir la mente ante cosas nuevas o que son diferentes, nos hace sabios. Ni tú eres un muñeco con una camisa fea, ni todas esas personas que dañas son tan distintas aunque su envoltorio te lo haga parecer. No juegues a eso que pone encima de la mesa lo más valioso que tenemos, nuestra dignidad como seres humanos.
Sick movió la cabeza y soltó una lágrima de arrepentimiento.
–Lo siento… Nunca pensé que fuera un monstruo.
El hombre le puso su mano en el hombro.

–Los monstruos también pueden convertirse en personas, sin embargo esa careta es difícil de quitar cuando todos te han visto sólo con ella y hay que ganarse el perdón de aquellos que dañas. Así que tú decides si ser ese que al final no llega a nada y destruye vidas o ser ese que decide no apagar más la luz.