- CUENTO -

El país de los deseos

Existe un país donde los sueños se buscan desesperadamente y, en el cual, no existe la desesperanza. Un lugar donde creer se convierte en poder ver más allá. A ese paraíso, lo llaman El País de los Deseos. En él tienen un lema: Cuanto más creas que puedes conseguirlo, más cerca estarás de lograrlo.

En este fabuloso país, vive Linela, la jardinera con más prestigio del lugar. Cuentan las leyendas que a su bisabuela, mientras estaba plantando una amapola, una increíble hada de los milagros se le apareció y en una increíble rosa roja se la convirtió. A partir de entonces, al amor conquistó. Pero, bueno, eran simplemente fábulas que todo el mundo contaba y, que en realidad, nadie nunca lo había visto. Ni siquiera los seres más cercanos a ella sabían realmente si algo así había ocurrido alguna vez.

Linela era una de esas chicas que se preocupaba por todo. Pues, la pobrecita había tenido una época en la que todo le salía mal. Parecía que la mala suerte se le había echado encima, sin dejarle que tuviese un respiro. En su aclamada floristería “La alegre esperanza” se le había marchitado la mayoría de sus bonitas y coloridas flores. No sabía que más hacer, pues cada vez que lograba sacarlas adelante pasaba algo que las destrozaba. La última vez, fue por culpa de la intensa humedad. Ésta hizo que casi todas sus flores, no viesen los rayos del sol. A veces, no entendía como un lugar como en el que vivía, se acogía con tal maravilloso calificativo. Ya que, últimamente, Linela pedía al cielo dibujado de enormes estrellas azules que la buena suerte trajese a su humilde floristería. Puesto que sin flora, el bonito país de los deseos se iba a quedar sin colores que lo representase.

Al cabo de unos meses, Linela había conseguido recuperar el brillo de todas sus flores. No obstante, una novedosa borrasca, abatió todo el País de los deseos. Quitándole resplandor a tal fabuloso lugar. La jovencita Linela, una vez acabada la tormenta, se arrodilló desolada ante sus rotas flores. Las gotas dulces que desprendían de sus ojos bañaban la áspera tierra que enredaba su huerto. Casi sin darse cuenta, algo en sus ojos se iluminó. Linela se percató de que una extraña planta había crecido entre tanta tempestad. Con cuidado y desconfianza, se acercó hacia esa peculiar flor. Su sonrisa se agrandó de felicidad cuando observó aquello que tenía frente de sí. Un mágico trébol de tres hojas, bañado de un intenso color verde, se encontraba intacto entre la penosa tierra abatida. No podía parar de mirarlo, maravillada de que tal minúscula planta sobreviviese a tal macabra tempestad. Casi no se atrevía a tocarla, le daba miedo dañarla. Entonces, tras de ella, alguien le agarró el hombro. Linela asustada, se dio la vuelta para saber quién más se encontraba ahí. Y sus ojos se engrandecieron cuando avistó lo que pensaba que era imposible. El hada de los milagros estaba frente a ella, sonriente y con gesto alegre. -Vaya, parece que todo no te ha salido mal -le dijo el hada, proporcionándole su mano para que se levantara. -¿Eres… el hada de los milagros? –preguntó fascinada. La encantadora hada se acercó al trébol y lo arrancó de la tierra. Linela no podía creer lo que estaba haciendo.

-¡No!… Es lo único que se ha salvado –dijo con mirada triste. -Sí, pero no hará efecto si en esto no lo convierto –respondió ella. Entonces, de sus mágicas manos hizo florecer una nueva hoja más, al brillante trébol-. ¿Sabes lo que significa? –quiso saber el hada. Linela estaba confusa y no pudo pronunciar palabras. -Únicamente el trébol de cuatro hojas, tus deseos cumplirá ahora –citó la magnifica hada. De pronto, todo el huerto desolado, empezó a recobrar vida. De la barrosa tierra nacían coloridas flores. Hasta hermosas enredaderas adornadas de plantas vistosas, se atrevían a decorar las paredes del huerto. Linela estaba hechizada ante tanta magia No sabía cómo darle las gracias a la espléndida hada. -No hace falta que digas nada. Sólo prométeme que de mí no hablarás y, con ello, ningún mal sobre ti se alzará –le dijo ella. -Gracias -sólo eso, pudo decir la dulce joven. -Recuerda, Linela… Dejemos que el mundo crea en los deseos –dijo, a la vez que sonriente, desaparecía.

Y así, Linela reinó como la única floristera que su anhelado deseo cumplió.