- CUENTO -
El imperio de los Faustos
En el lejano silencio de las montañas negras, bajo las iluminadas estrellas de Orión, nacieron dos lindas princesas. El imperio de los Faustos vivía una ilegítima soberanía donde la vida de los más desfavorecidos era la más pequeña fortuna. El placer por conservar el poder hizo que los emperadores de los faustos llevasen a su pueblo a la peor de las calamidades. Tras la muerte de los reinantes, las tierras fueron heredadas por las dos bellas princesas. Despia quiso arrancar cada instante de felicidad a los habitantes de su despavorido pueblo, pero su hermana Isha no dejó que algo así sucediese. Totalmente contraria a lo que por su sangre brotaba, insistió en crear un reino donde todos pudiesen vivir en absoluta armonía. En un día de invierno, Isha fue apresada por unos guardias bajo el mandato real de su hermana y trasladada a un horrible lugar… Lejos de donde pudiese utilizar su magia para lacrar el bien. Desde ese momento el Imperio de los faustos vive en una oscura calma, sin poder prevenir cuándo será el momento en que todo silencio despierte y pueda al fin hablar.
Bajo el manto de un universo colorido, las profundas aguas de un inmenso océano abrían el paso hasta llegar a una impresionante guarida en forma de concha. Dentro se hospedaba una princesa maldita por la envidia. Sumida por la desesperanza. La luz del sol hacía tiempo que no la veía y entendía que debía haber pasado más de cien años desde la última vez que un rayo traspasó su gigantesca coraza de desesperación. Isha se peinaba su largo pelo frente a un espejo. Sus ojos ya habían apagado el último llanto de ilusión. Sin apenas poder sentir la humedad de una lágrima, ésta cayó desde la comisura de sus ojos mientras seguía tocando su frondosa cabellera. Un grito desesperado brotó desde su interior y las manos se las llevó hacia su cara.
-Oye ¿Por qué lloras?
Isha al escuchar esa voz se volteó para ver de dónde venía, pero no había nadie allí.
-Estoy aquí…
Esta vez pudo saber de dónde procedía la voz. Un armario que se vestía de diamantes parecía que guardaba un inesperado secreto. Isha se acercó hasta él y con mucho cuidado lo abrió. Entonces, descubrió a un pequeño duende sentado, mirándola con ojos encendidos.
-¿Cómo…? ¿Cómo… has llegado hasta aquí? –frenó su expresión de reflexión-. ¿Te ha traído ella, verdad?
-¿A quién te refieres? –mostró una cara de circunstancia al formular la pregunta el duende.
-Despia te ha enviado para seguir atormentándome… ¡Pues puedes decirle que lo ha conseguido! –dijo dolida y cerrando con un portazo el formidable armario. Caminó unos segundos hasta parar en seco sus pasos. Del interior del armario nació una respuesta que hizo retroceder a la adorable princesa.
-¿Qué has dicho? –preguntó sorprendida.
-Siempre he estado aquí… Pero nunca has querido escucharme. Decidiste hacer caso a tus lamentos y no a tu fuerza interior.
-¿Por qué nunca te he escuchado? ¿Por qué es ahora cuando sé que estás aquí?
-Tal vez, en otros tiempos únicamente querías escucharte a ti misma. Es muy común de las brujas, siempre queréis tener la razón –le contó mostrando un poco de enfado.
-¿Brujas? Yo no soy una bruja –se defendió aludida-. Soy una princesa del Imperio de los Faustos.
El duende le sonrío y se puso en pie.
-Eso es lo que te han hecho creer para poder controlar tu verdadero poder –le contó dibujando misterio en sus palabras-. Despia tiene el poder de la autoridad, en cambio tú tienes un poder prodigioso. Ella sólo hace ver su oscuridad pero no conserva ninguna habilidad.
-Si fuera así, ya habría salido de aquí –un suspiro de desánimo le rozó con la punta de los dedos su frágil corazón.
-Porque te ha llevado a un lugar donde no puede entrar tus raíces de poder… Pero no contaba que un día fueras a despertar de tu sombría consciencia y decidieras hablar conmigo.
-¿Quién eres realmente?
-Soy el duende de la razón –respondió picándole sutilmente el ojo-. Y se cómo sacarte de aquí –en sus manos apareció un trozo de madera con curiosos símbolos tatuados en ella.
Isha acarició un poco de la fría madera y ésta brilló con elegancia.
-¡OH, no me lo puede creer! ¿Has traído madera mágica? –la joven princesa embrujada le miró sorprendida- ¿Cómo es posible si nunca has salido de aquí?
-Te dije que siempre he estado aquí. No obstante, no he dicho desde cuándo –comentó sonriente.
-¿Y qué es lo que podemos hacer con esto?
-¿De veras que me lo preguntas? ¿Qué es aquello que necesita una bruja para llegar hasta donde quiere?
-¿Una varita? –propuso convencida.
-No… Una escoba –expuso satisfecho ante la posible solución.
Isha y el joven duende estuvieron semanas y muchas horas construyendo una escoba mágica capaz de traspasar la dura coraza de la concha que construyó el ejército negro de su hermana para poder avanzar en su plan destructor de felicidad. Después de tanto trabajo –al fin- Isha y su ayudante crearon una hermosa escoba mágica. Brillaba tanto que el sombrío lugar se llenó por un momento de un alegre amanecer. Hacía tiempo que la princesa embrujada no sonreía con tanta emoción. Ahora sentía que ya había llegado su momento. El momento de poder llevar a su pueblo a ese mundo de bienestar que merecía. Agarró su bonita escoba y se montó en ella. Pudo sentir una fantástica energía en su interior y el típico cosquilleo de cuando sabes que estás haciendo lo que el mundo espera de ti. Miró a su amigo el duende y le extendió su mano para que se montara junto a ella. Éste no acepto.
-¿Por qué no quieres venir? ¿ Te vas a quedar aquí siempre? –comentó apenada.
-Ya te lo he dicho antes, soy el duende de la razón… Tengo que quedarme y esperar a otros que no sepan hallar el camino que le corresponde.
-Te echaré mucho de menos –dijo con ojos llorosos la princesa de sangre hechizada.
-Recuérdalo, escucha a tu alrededor antes de encerrarte en tu interior.
Isha le acarició suavemente su sonrojado cachete y agarró con fuerza su escoba. Pocos segundos después se embarcó en una travesía llena de suprema sagacidad.
Rozaba el infinito con sus manos y aún no creía que fuera posible. Estaba en aquel sueño que hacía mucho tiempo que había desaparecido. Cuando menos lo imaginó, antes lo encontró. Pronto se entrometió una neblina negra que anulaba las emociones convirtiéndolas en catástrofes. Pasó el manto oscuro y frente a sus ojos se dibujó el increíble castillo donde dormía una dama consumida por el poder. Se acercó sin levantar sospecha y traspasó con lógica cualquier pasatiempo que la llevará a cambiar su rumbo. Subió unas escaleras de caracol decoradas por cemento y oscuridad hasta que llegó a un salón de inmensas dimensiones. El fondo pudo reconocer una cara bastante familiar. Su hermana Despia le sonreía escondida tras una abrumadora bola de cristal. Salió de detrás de ella sirviendo su cuerpo con un vestido sumido en la desgracia.
-Sabía que este día llegaría, hermanita –dijo tocándose sus labios rojos.
-Despia podemos reinar las dos como hacíamos antes. Sabes que se puede vivir compartiendo y sin bajo un caos de miseria…
-¡Silencio! –gritó con mirada déspota, Despia-. ¿No entiendes que no se puede compartir diferentes formas de pensar? Aquí sólo puede quedar una.
Cerca de donde se encontraba Isha había una pequeña mesa de cristal. En ella apareció una varita mágica.
-¡Cógela y nos batiremos en duelo! –le exclamó cortando su ambición entre sus dientes chirriantes.
-Despia no quiero hacerte daño –objetó apesadumbrada.
Despia agarró su varita y lanzó un eléctrico hechizo que hizo caer al suelo a su hermana.
-Te dije que la cogieras, estúpida –comentó mientras se acercaba a Isha.
Isha la miró, se levantó dolorida y agarró su varita propinándole un revuelo que la llevó a los aires. Cuando cayó al suelo, Despia sonrío y corrió en dirección a su escoba, Isha cogió la suya y ambas surcaron el cielo intentándose defender de los ataques mágicos. Hasta que bajo un descuido de Despia, Isha consiguió deshabilitarla y logró que cayera al vacío en su total inconsciencia, siendo salvada de su propio destino.
A partir de ese momento, en el Imperio de los Faustos reinó Isha otorgándole a toda su población los placeres que merecían por su esfuerzo y buena voluntad. Dejó que su hermana siguiese en el imperio, pero como una habitante más del reino… Provocando un cambio en la historia donde la prosperidad renació gracias al buen corazón de una bruja.
